La mayoría de la gente se enferma de no saber decir lo que ve o lo que piensa. Dicen que no hay nada más difícil que definir con palabras una espiral: es preciso, dicen, hacer en el aire con la mano sin literatura, el gesto, ascendentemente enrrollado, en orden con que esa figura abstracta de los muelles o de ciertas escaleras se manifiestan a los ojos.
Toda la literatura consiste en un gran esfuerzo por tornar real a la vida. Como todos saben, hasta cuando hacen sin saber, la vida es absolutamente irreal en su realidad directa. Los campos, las ciudades, las ideas son cosas absolutamente ficticias, hijas de nuestra compleja sensación de nosotros mismos, son intransmisibles todas las impresiones salvo si las convertimos en literarias.
Los niños son muy literarios porque dicen como sienten y no como debe sentir quien siente según otra persona. Un niño a quien una vez oí, dijo, queriendo decir que estaba al borde del llanto, tengo ganas de lágrimas ( no dijo , tengo ganas de llorar). Y esta frase absolutamente literaria (que hasta resultaría afectada en un poeta célebre) alude a la presencia caliente de las lágrimas rompiendo en los pàrpados conscientes de la amargura lìquida. Aquél niño pequeño definió bien su espiral.
¡Decir! ¡Saber decir! Saber existir por medio de la voz escrita y la imagen intelectual! Todo esto es cuanto la vida vale, lo demás es hombres y mujeres, amores supuestos y vanidades falsas, subterfugios de la digestión y el olvido, gentes que se agitan como bichos cuando se levanta una piedra, bajo el gran pedruzco abstracto del cielo azul sin sentido.
Pessoa