miércoles, agosto 31, 2005

las larvas del desasosiego


A veces,
mirando atrás me encuentro
el hervidero andado,
suspiro, me quebranto…
y noto en el estómago moverse
las nónadas larvas del desasosiego
y el limo en las rodillas y en la frente

martes, agosto 16, 2005

La locura del medio día


El golpe Posted by Picasa

Hace un calor que hace que las cabezas de los tornillos de las puertas de madera de los jardines se asomen porque todo se dilata. Se dilata el tiempo que se tarda en cruzar la calle, se dilata el transcurso de la respiración necesaria, todo se dilata. La luz excesiva hace borrosa cualquier visión que se trasforma en aparente por la mediación del vapor de las cosas, todo hierve. En esto estamos cuando nos enteramos de que alguien murió de un golpe de calor, -olvidamos Faluya-, el hombre del tiempo lo ha vuelto a conseguir.

viernes, agosto 12, 2005

Torpor


Torpor Posted by Picasa

Torpor
en el rumiar de la palabra inexacta
por no trascender afuera
y por el nado valdío
con el que intento escapar
del remolino del solipsismo.

La subjetividad es una dura carga.

jueves, agosto 11, 2005

Mundo Polaris


No queremos un Mundo Polaris Posted by Picasa

La ciudad de Murcia amanece con el reflejo del sol dando en los miles de carteles y pegatinas donde se puede leer –No queremos un mundo Polaris-. Con normalidad, estas pegatinas con este texto directo rivalizan con los carteles y banderas colgadas de los balcones con la taimada leyenda institucional –Agua para todos-. Polaris World es una empresa que aprovechándose de la temeraria y desalmada política territorial de la Comunidad de Murcia, o dirigiendo esa política, como muchos sospechamos, ha comprado parte del litoral murciano y terrenos aledaños para construir urbanizaciones de lujo, guetos en dominios que son públicos, o lo eran antes de su venta, y que en cualquier caso deberían serlo.

-Agua para todoss- es un enunciado institucional ideado por el Think Tank del Pp/Polaris y cuya propaganda a través de paellas multitudinarias y malintencionados discursos subvencionados por empresas constructoras, ha calado en parte de la sociedad murciana, la cual cree que las aguas del Tajo y del Ebro son para todos y sin embargo dejan sus parajes naturales, sus costas, sus servicios, su vida, en manos de salvajes carteristas especuladores que llenan sus bolsillos con una política de “tierra quemada”. También el eslogan de -agua para todos- encierra una pueril falacia que sin embargo convence a un sector de los murcianos y donde se mezclan cosas: el agua y el progreso económico de una élite, con el trabajo precario y una devastadora y despiadada destrucción del medioambiente, que unido constituye lo que se ha dado en llamar “el milagro de Murcia”.

Este bum llamado por muchos “El milagro de Murcia" tiene dos caras amargas, y una realidad flotando en ambas. La primera cara es la llamada a trabajar en construcción y servicios de miles y miles de inmigrantes africanos y de los países del este que acuden a saciar su hambre y que se quedan aquí, y que cuando dentro de poco tiempo se les haya acabado el trabajo, como es lógico, tendrán que seguir comiendo. La segunda es que mientras traemos agua para que se puedan construir mundos polaris, (que luego serán autosuficientes y no nos necesitarán), y mientras vamos construyendo sus guetos dorados; lo que estamos haciendo sin darnos cuenta es levantar los muros de nuestra prisión, -ellos, dentro de sus guetos/mundospolaris, tendrán servicios, seguridad privada, espacios verdes, aguas que ellos mismos reciclan, sus desalinizadoras, etcétera, y nosotros tendremos, al otro lado del muro, servicios atestados, delincuencia provocada por la pobreza, superpoblación, falta de infraestructuras en todos los sentidos y un paisaje natural desolado, además de falta de agua. En ambas caras flota el concepto de insostenibilidad.

miércoles, agosto 03, 2005

El feliz torpor de un vegetal


ser nada Posted by Picasa
... Mi aislamiento no es una búsqueda de felicidad, que no tengo alma para conseguir; ni de tranquilidad, que nadie obtiene sino cuando nunca la pierde, sino de sueño, de apaciguamiento, de renuncia pequeña.
Las cuatro paredes de mi cuarto son para mí, al mismo tiempo, celda y distancia, cama y ataúd. Mis horas más felices son aquellas en las que no pienso nada, no quiero nada, no sueño querer, perdido en un torpor de vegetal equivocado, de mero musgo que creciese en la superficie de la vida. Disfruto sin amargor de la conciencia absurda de no ser nada, el antesabor de la muerte y del apagamiento.
Nunca he tenido a nadie a quien pudiera llamar Maestro. No ha muerto por mi ningún Cristo. Ningún Buda me ha indicado el camino. En lo alto de mis sueños, ningún Apolo o Atenea se me ha aparecido, para que me ilminasen el alma.
(Fernando Pessoa. Libro del desasosiego)

Normales terroristas [Santiago Alba Rico]


terror Posted by Picasa


Normales terroristas
Santiago Alba Rico

Simplifiquemos las altísimas aspiraciones de la Civilización: queremos más agua, más luz, más petróleo, más carne, más coches, más móviles, más televisores y queremos, además, tener razón, ser más buenos, más justos, dar lecciones, concentrar una moral superior. Para tener más agua, más luz, más carne, más petróleo, tenemos que bombardear ciudades, ocupar países, sostener dictadores, serrar cotidianamente, minuciosamente, los grandes mandamientos que nos hemos dado; para tener razón, para ser más buenos, más justos, para dar lecciones y seguir concentrando una moral superior tenemos que engañarnos. Estamos a punto de alcanzar la perfección en todos los terrenos; nuestro poder es ya tan fabuloso que podemos destruir el mundo y podemos al mismo tiempo perdonarnos.

Reivindicamos nuestro derecho a entristecernos, a enrabietarnos, a honrar a nuestras víctimas, a merecer compasión, a la atención de un psiquiatra, a no tener nunca, pase lo que pase, ninguna responsabilidad. Pero nuestro derecho a la inocencia, en un mundo en el que somos más fuertes, más ricos, más influyentes, exige desplazar a los otros permanentemente fuera de la humanidad común: si la tristeza de un israelí es natural, la de un palestino es una trampa; si la rabia de un londinense es justa, la de un iraquí es ideológica; si el dolor de un madrileño nos afecta, el de un afgano nos deja indiferentes; si el divorcio de un neoyorquino merece los lametones de un psicólogo, a un boliviano o a un haitiano la miseria no les puede dejar ninguna huella; si nosotros no hemos hecho nunca nada, si no podemos reprocharnos nada, si no somos responsables de nada, es que casi todos los demás, por activa o por pasiva, son unos malvados.

11-S, 11-M, 7-J, bombas en NY, en Madrid, en Londres (o esas otras, también anti-occidentales, en Bali y Sharm-e-Sheikh): a medida que «la guerra mundial contra el terrorismo» revela todo su fracaso, salvo para generar más terrorismo; a medida que los occidentales recibimos en casa un porcentaje mínimo del miedo y el dolor que generamos en otras partes a gran escala; a medida que el peligro se agrava para todos, más insistimos en la evidencia de nuestra pureza civilizada. Con una recurrencia casi pasmosa, desde hace unas semanas todos los análisis relacionados con los atentados de Londres giran en torno a cuestiones cuya aparente impersonalidad académica ya nos protege de otras preguntas: «¿Qué piensa un terrorista?», «¿Cómo se produce un fanático?», donde nuestra inocencia planetaria y nuestra superioridad moral se manifiestan y se confirman en la posibilidad misma de esta científica curiosidad intelectual («¿Qué piensa un caballo?» o «¿Cómo se produce un tsunami?»). El asunto es que ni nosotros ni nuestros gobernantes somos responsables de nada. Para absolvernos tenemos que psicologizar los motivos de los terroristas, descolgarlos fuera de la historia en los abismos de la ideología o de la metafísica. Lo que pretendió Aznar en el 2004 ante el escándalo de la mayoría, después del 7-J lo repiten los más sesudos intelectuales (Enrique Krauze u Olivier Roy, por ejemplo) y lo aceptamos casi todos sin resistencia: no hay ninguna relación, se repica, entre la ofensiva islamista y la invasión de Irak, como lo demuestra el hecho de que EEUU sólo invadió este país después del 11-S. Dejemos a un lado la ilusión eficazmente inducida de un punto auroral, un «cero» de la Historia antes del cual no habría ocurrido nada y que instituiría el derecho original a cualquier forma de respuesta; de lo que no se dan cuenta los que insisten en la desconexión entre el terrorismo islamista y la invasión de Irak es de que, al romper esa relación, están despojando a EEUU de todo pretexto honorable y «civilizado» y justificando paradójicamente la rabia de los que, terroristas o no, consideramos completamente inadmisible el imperialismo estadounidense. Si no hay ninguna relación entre el terrorismo y la invasión de Irak, ¿por qué entonces EEUU invadió Irak? Si no queremos hacer historia, si preferimos evitar por si acaso los análisis económicos y sociales, resignémonos a aceptar, por lo menos, que tenemos dos problemas y no sólo uno: el de un terrorismo injustificado que vuela vagones de metro en Londres por pura «perversión ideológica» y el de un imperialismo injustificado que invade países y bombardea ciudades y encarcela y tortura por «pura perversión económica». En víctimas humanas, en daño moral, en consecuencias legales, la diferencia entre ambos es tan grande que, incluso si llegamos a la conclusión de que no guardan ninguna relación entre sí, una mente ordenada y sensata (también occidental) no debería tener dudas acerca de cuál merece toda nuestra prioridad.

Pero como se trata de tener más petróleo y de ser más buenos, absolvemos el imperialismo que tanto nos beneficia y psicologizamos el terrorismo que podría obligarnos a reflexionar. Por eso, contra las bombas de NY, de Madrid y de Londres, no podemos concebir sino soluciones que aseguren, al mismo tiempo, nuestros privilegios y nuestra superioridad moral. Una, material, es la de pedir más policías, más leyes de excepción, más vigilancia capilar, aún a riesgo de gangrenar para siempre el concepto mismo de democracia. La otra, mágica, la de esa Alianza de Civilizaciones que pretende poner de acuerdo a los hombres sin tocar más que con palabras la «brecha» terrible que separa a las sociedades: «un esfuerzo de la comunidad internacional para eliminar y superar prejuicios, malos entendidos, percepciones erróneas y divisiones que podrían ser una amenaza potencial para la paz mundial». El problema ­se sobrentiende­ es que los niños bombardeados de Faluya «perciben» mal nuestras intenciones, «malentienden» nuestros propósitos: hay que convencerlos, pues, de que somos buenos. Para ello hablaremos con sus sheikhs, sus imames y sus dictadores y les pediremos que hagan un esfuerzo adicional de propaganda y represión. No queremos aceptar que, si hay realmente un problema de «conocimiento», es el de que en Irak, en Palestina, en Latinoamérica se nos conoce muy bien: «de nosotros los civilizados», decía Anatole France hace ya cien años, «los bárbaros sólo conocen nuestros crímenes». El tristísimo entusiasmo de Kofi Anan frente a la propuesta de Zapatero sólo demuestra la terrible claudicación de la ONU y la aceptación de que los conflictos se decidan al margen del Derecho internacional. A nadie se le ha ocurrido ni siquiera la solución muy moderada, antes de recurrir a la magia, de que las Naciones Unidas exijan la aplicación de todos sus principios y resoluciones.

La pregunta arrogante y auto-exculpatoria «¿qué piensan los caballos?» ha ido acompañada en estos días del estupor occidental de descubrir que los caballos que volaron el metro de Londres eran, después de todo, caballos normales: jóvenes integrados, buenos vecinos, sencillos trabajadores de los que nadie hubiera podido sospechar nada. ¿Cómo unas personas normales pueden sentir tanta indiferencia ante el dolor de sus semejantes? Diré que el estupor me deja estupefacto. La respuesta es tan obvia como inquietante: esos jóvenes se parecen ya bastante a nosotros. Hemos conseguido que casi todos los caballos del mundo piensen y se comporten como nuestros caballos occidentales. La normalidad de los terroristas de Londres, ¿no es nuestra propia normalidad? Personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia eran los alemanes que veían pasar los vagones camino de Auschwitz; personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia, eran los nazis que gestionaban el transporte de judíos a los lager; personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia, eran los estadounidenses que lanzaron la bomba sobre Hiroshima; personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia, eran los chilenos y argentinos que arrojaban desde aviones a sus compatriotas maniatados y los que lo sabían o intuían y no dejaban de hacer la compra; personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia son los marines que se divierten aperreando iraquíes y fotografiando su dolor; personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia son los que, como Aznar, dijeron: «había vida antes de la crisis de Irak y habrá vida después de la crisis de Irak» y luego fueron a inspeccionar la reconstrucción de los hospitales de Bagdad que ellos mismos habían destruido; personas normales, buenos vecinos y virtuosos padres de familia son todos los que aceptan con naturalidad que su comodidad vale más que los dos brazos de Ali Ismail y la vida de los siete miembros de su familia. Somos todos un poco, bastante normales, como los jóvenes terroristas de Londres.

Pocos días después del tsunami de diciembre, algunos turistas ingleses se bañaban en una playa de Indonesia y bebían sus cócteles refrescantes protegidos por una alambrada detrás de la cual cientos de huérfanos alargaban implorantes las manos en medio de una escombrera de cadáveres. Las agencias inglesas, para no perder demasiado dinero, habían abaratado los viajes a la pobre tierra martirizada y los turistas habían aprovechado las ofertas. Según sus propias declaraciones, estaban «ayudando a reconstruir el país». Lo «reconstruían» entre risas, bajo el sol, gozando plácidamente de unas merecidas vacaciones, sin que el dolor colindante alterase sus digestiones.

Que algún filósofo de “El País” me explique cuál es la diferencia moral entre la normalidad de los turistas y la normalidad de los terroristas. Hay, me temo, demasiadas personas normales en este mundo.

Bitácora anarquista de literatura, desfases, opiniones, anecdotarios, y demás adentros que se echen afuera. El Perro apoya al pueblo en cualquier acción de respuesta que por justicia ejerza. Que explote la bomba.