- _¿Adónde me conducís?_ preguntó José a Quedma, uno de los hijos del anciano, al tiempo que, a la luz de la luna, en la falda del monte del Vergel, sus hermanos armaban las tiendas para pasar allí la noche.
Quedma lo miró
- _Eres único_ aseguró, sacudiendo la cabeza para reclacar que ese <<único>> no era un cumplido, sino una manera de llamarlo ingenuo, insolente, raro_. ¿Que adónde te conducimos? ¿Qué te hace pensar que te conducimos a algún sitio? Nosotros no te conducimos en absoluto. Estás entre nosostros porque mi padre te ha comprado a tus crueles amos, y vienes con nosotros al lugar al que nos dirigimos. En rigor, no puede decirse que nosotros te estemos conduciendo.
- _¿Ah, no? Bien_ respondió José_. Lo que me preguntaba era, entonces, adónde me conduce Dios, ahora que voy con vosotros.
José y sus hermanos/ Thomas Mann