Tener la certeza de un destino irremediable que no está en nuestras manos, creer en la predestinación, sentirla, es vivir feliz, estúpidamente feliz. No obstante al perro le parece imposible que existan personas que viendo sean ciegas, personas que hablando sean mudas y personas que oyendo sean sordas. Hablo de creyentes de cualquier religión.
Al perro le da miedo que estos locos paranoicos, que sienten sentenciada su vida nos lleven consigo, hablo de Bush, hablo del Papa, hablo del Ayatolá. Sólo el día que abominemos la religión, las creencias en el más allá, el día que se acabe la locura podremos los hombres mirarnos, gozando de la incertidumbre y del placer de la mera existencia, sin sentir la superioridad de nuestro destino con respecto al de otros, porque lo habremos borrado por fin de la historia.
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