lunes, febrero 21, 2005

EL NACIMIENTO DE LA DESPRENDEDORA DE CORNISAS II: PANACEA HOLDING

¿Qué hora es a todo esto?. Oh, son ya las cinco. Llegaré tarde de nuevo al trabajo, todos habrán tomado café juntitos, todos juntos, y se habrán hermanado más comentándose cosas íntimas, haciéndose más y más piña el grupo, hasta que cada uno desconozca si su pié es suyo o el de su amigo. Y luego apareceré yo, tarde, y me mirarán mal y chismorrearán a mi paso y alguno habrá dejado una nota encima de mi mesa insultándome. Loca. Mostraré como siempre mi mal humor y mi desprecio a todo el que me dirija la palabra, a mis compañeros, pero cumpliré órdenes como ellos, me pondré en la maldita centralita y contestaré amablemente las consultas de los clientes de la empresa. Panacea Holding, le atiende Margarita, ¿en que puedo servirle?.

Sé que todos me desprecian, soy consciente de que con mi actitud no llego a ningún sitio, que me consume el odio, que cumplo órdenes como todos. Y es que no obstante no soy más que nadie, pero ser consciente de la fatuidad de la vida y ver a todos tan contentos me consume.

Sé que cumplo órdenes, que todos se ríen de mí cuando me doy la vuelta e incluso en mi cara, sé que no me respetan. Pero lo que más me fastidia es que luego digan que el empleado de la gasolinera es una buena persona. ¿Qué tiene él para que lo miréis con respeto?. Es una persona feliz que no hace daño a nadie. Pues a mí sí, a mí sí me hace daño, me desespera. ¿Y que nos importa a nosotros lo que tú pienses, por que tenemos que sufrirte?. Pues por que estáis delante de mis ojos, os veo, os huelo, os oigo y me arrastráis en vuestra asquerosa, muda y brutal mansedumbre. ¡Idiotas todos!.

¡Qué estúpida es mi existencia!. Estoy pensando en todo esto, torturándome, mientras voy hacia mi trabajo, mientras camino por la misma calle de todos los días, calle triste, yendo debajo de las copas de los árboles desde donde los pájaros, libres, nos lanzan sus inmundicias, paseando entre gente que va y viene, entra y sale, reconfortada, sin espíritu. Camino viendo sus caras y ¡oh!, ¡cómo odio muchas de esas caras!. Caras de gente feliz, de gente idiota. Sobre todo una cara. Es la de una mujer de unos cincuenta años que lleva siempre encima un abriguillo de piel. ¡Siempre!, en verano lo lleva colgado del brazo, siempre lleva su maldito abrigo de piel. Va maquillada de una forma insultante, es un maquillaje característico de ese tipo de gente altanera y condescendiente, ¡cómo si fuera alguien especial!; es, es un maquillaje que sirve para lo que sirven los galones en el uniforme de un militar, para que la gente se de cuenta de su rango, del rango que la mujercilla ocupa en el mundo de la estupidez. Y va siempre sonriendo y demuestra tal insufrible altanería con su maldito abrigo de piel, su horrendo maquillaje y sus andares de chihuahua, que dan ganas de darle un fuerte puñetazo en la nuca al pasar a su lado.

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