Cuando me levanto, rodeado por un horizonte de ladridos y paralizado, al calcular su proximidad, me siento por primera vez en peligro, todas las mañanas me siento por primera vez en peligro, y escamoteo mi inercia valiente,-¡hacia el horizonte, que no escapen!-, y me sobreviene una funesta reflexión: -los perros ya están cerca, al andar hacia adelante sin más sólo hago que acercarme a sus fauces y mi valor ni los amedrenta ni los conmueve-.
En un horizonte de ladridos de perro, cercanos, furiosos, al amparo de los escaramujos HE ESPERADO. No busco aliento de nadie ni a nadie con quien acercarme a los perros, para unirse, no, porque los perros sólo me ladran a mí, son míos. Busco cómo acercarme hasta ellos, cómo atravesarlos, cómo superarlos y lucho para no abotargarme con sus ladridos y la noche sigue y los días siguen, y yo, parapetado tras los escaramujos, en un horizonte de ladridos de perro, me encuentro solo.
Ladridos y escaramujos y soledad durante esta reflexión sobre cómo superar los ladridos para ni caer en sus fauces ni empezar a ladrar, sin empezar a ladrar, sin que ese coro de ladridos me atormente tanto, que sucumba y participe en el maldito coro.
1 comentario:
Ladrar non é calquera cousaAguns "ladramos nuestro rencor por las esquinas"outros non saben mais que ouvearun saudo
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